
He aprendido a caminar por los laberintos de una oreja
a encontrar la salida antes de caer hondamente
a girar en espirales sabiéndome perdida.
He aprendido a descifrar errores
a entender que el pasaje Lídice es un apéndice de San Antonio
a mirar con la pupila y no con la conjuntiva.
De a poco me vuelvo humana en este vértice
y humanas se vuelven mis manos cuando tocan mi oreja,
eso debió sentir Vincent cuando se la arrancó.
Dependo de una oreja-brújula en esta ciudad
y de unas cuantas manos que me la acerquen...

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Fue Gauguin
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¿El que se cortó la oreja?
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