
Ya sé qué voy a hacer después de la tormenta
con esta ramera vieja que me agarra del cuello.
Voy a pintarte mandarinas en las manos
voy a morderte de chocolates esos labios
voy a depredarte enormemente hasta los huesos
hasta calar exhausta la memoria de tu carne.
Porque no hay peor pecado que no querer recibir
cuando la dulzura brota inocente de los dedos
porque no hay peor pecado que no dar
cuando las buganvilias han dibujado corazones
en la vastedad sublime de la piel.
Ya sé qué voy a hacer con la nostalgia,
la voy a poner de patitas en la calle
le voy a cerrar todas las puertas de mi casa
porque no hay lugar para la congoja
ni cama para los lamentos.
Me he desvelado demasiado
en noches en que debería haber dormido “a pata suelta”
y he maltratado mis pobres pies buscando
los caminos siempre equivocados.
Al diablo con los versos imposibles
con las azules flores que crecen entre cardos,
al diablo con la palabra perfecta
hablada en francés, en latín o en jerigonza,
me buscaré un muñeco inflable a la medida
o un trovador novato que me cante tonadas al oído
o un adonis que no hable demasiado,
aunque bien sé que voy a terminar huyendo
de los ojos que ingresan a mi alma
de las manos que abren mi pecho ya gastado
de los peces que inundan mi silencio.
Continuaré leyendo a Gonzalo Rojas
me beberé el café descafeinado
repetiré el verso de ¿Qué se ama cuando se ama?
“estoy condenada siempre a uno, a ese uno,
a ese único que me diste en el viejo paraíso”.

Versos como balas,
ResponderEliminarporque suenan lejanos.
Y aunque prefiero los de puñal,
estos duelen parecido.
Estepas
N.B.
ResponderEliminarEl lobo nunca se fue.
Se camufla con lo lejano.