viernes, 27 de febrero de 2009

AL DIABLO


Ya sé qué voy a hacer después de la tormenta

con esta ramera vieja que me agarra del cuello.

Voy a pintarte mandarinas en las manos

voy a morderte de chocolates esos labios

voy a depredarte enormemente hasta los huesos

hasta calar exhausta la memoria de tu carne.

Porque no hay peor pecado que no querer recibir

cuando la dulzura brota inocente de los dedos

porque no hay peor pecado que no dar

cuando las buganvilias han dibujado corazones

en la vastedad sublime de la piel.

Ya sé qué voy a hacer con la nostalgia,

la voy a poner de patitas en la calle
le voy a cerrar todas las puertas de mi casa

porque no hay lugar para la congoja

ni cama para los lamentos.

Me he desvelado demasiado

en noches en que debería haber dormido “a pata suelta”

y he maltratado mis pobres pies buscando

los caminos siempre equivocados.

Al diablo con los versos imposibles

con las azules flores que crecen entre cardos,

al diablo con la palabra perfecta

hablada en francés, en latín o en jerigonza,

me buscaré un muñeco inflable a la medida

o un trovador novato que me cante tonadas al oído

o un adonis que no hable demasiado,

aunque bien sé que voy a terminar huyendo

de los ojos que ingresan a mi alma

de las manos que abren mi pecho ya gastado

de los peces que inundan mi silencio.

Continuaré leyendo a Gonzalo Rojas

me beberé el café descafeinado

repetiré el verso de ¿Qué se ama cuando se ama?

“estoy condenada siempre a uno, a ese uno,

a ese único que me diste en el viejo paraíso”.

martes, 24 de febrero de 2009

ELOGIO A LA MUJER BRAVA


Hace unos días atrás alguien me dijo que yo era una "mujer brava", le pedí que me explicara y me entregó este texto. No lo conocía, lo leí y me gustó.



ELOGIO A LA MUJER BRAVA


(Héctor Abad)

Los hombres machistas, que somos como el 96 por ciento de la población masculina, nos molestan las mujeres de carácter áspero, duro, decidido. Tenemos palabras denigrantes para designarlas: arpías, brujas, viejas, traumadas, solteronas, amargadas, marimachas, etc. En realidad, les tenemos miedo y no vemos la hora de hacerles pagar muy caro su desafío al poder masculino que hasta hace poco habíamos detentado sin cuestionamientos. A esos machistas incorregibles que somos, machistas ancestrales por cultura y por herencia, nos molestan instintivamente esas fieras que en vez de someterse a nuestra voluntad, atacan y se defienden.
La hembra con la que soñamos, un sueño moldeado por siglos de prepotencia y por genes de bestias (todavía infrahumanos), consiste en una pareja joven y mansa, dulce y sumisa, siempre con una sonrisa de condescendencia en la boca. Una mujer bonita que no discuta, que sea simpática y diga frases amables, que jamás reclame, que abra la boca solamente para ser correcta, elogiar nuestros actos y celebrarnos bobadas. Que use las manos para la caricia, para tener la casa impecable, hacer buenos platos, servir bien los tragos y acomodar las flores en floreros. Este ideal, que las revistas de moda nos confirman, puede identificarse con una especie de modelito de las que salen por televisión, al final de los noticieros, siempre a un milímetro de quedar en bola, con curvas increíbles (te mandan besos y abrazos, aunque no te conozcan), siempre a tu entera disposición, en apariencia como si nos dijeran “no más usted me avisa y yo le abro las piernas”, siempre como dispuestas a un vertiginoso desahogo de líquidos seminales, entre gritos ridículos del hombre (no de ellas, que requieren más tiempo y se quedan a medias).
A los machistas jóvenes y viejos nos ponen en jaque estas nuevas mujeres, las mujeres de verdad, las que no se someten y protestan y por eso seguimos soñando, más bien, con jovencitas perfectas que lo den fácil y no pongan problema. Porque estas mujeres nuevas exigen, piden, dan, se meten, regañan, contradicen, hablan y sólo se desnudan si les da la gana. Estas mujeres nuevas no se dejan dar órdenes, ni podemos dejarlas plantadas, o tiradas, o arrinconadas, en silencio y de ser posible en roles subordinados y en puestos subalternos. Las mujeres nuevas estudian más, saben más, tienen más disciplina, más iniciativa y quizá por eso mismo les queda más difícil conseguir pareja, pues todos los machistas les tememos.
Pero estas nuevas mujeres, si uno logra amarrar y poner bajo control al burro machista que llevamos dentro, son las mejores parejas. Ni siquiera tenemos que mantenerlas, pues ellas no lo permitirían porque saben que ese fue siempre el origen de nuestro dominio. Ellas ya no se dejan mantener, que es otra manera de comprarlas, porque saben que ahí y en la fuerza bruta ha radicado el poder de nosotros los machos durante milenios. Si las llegamos a conocer, si logramos soportar que nos corrijan, que nos refuten las ideas, nos señalen los errores que no queremos ver y nos desinflen la vanidad a punta de alfileres, nos daremos cuenta de que esa nueva paridad es agradable, porque vuelve posible una relación entre iguales, en la que nadie manda ni es mandado. Como trabajan tanto como nosotros (o más) entonces ellas también se declaran hartas por la noche y de mal humor, y lo más grave, sin ganas de cocinar. Al principio nos dará rabia, ya no las veremos tan buenas y abnegadas como nuestras santas madres, pero son mejores, precisamente porque son menos santas (las santas santifican) y tienen todo el derecho de no serlo.
Envejecen, como nosotros, y ya no tienen piel ni senos de veinteañeras (mirémonos el pecho también nosotros y los pies, las mejillas, los poquísimos pelos), las hormonas les dan ciclos de euforia y mal genio, pero son sabias para vivir y para amar y si alguna vez en la vida se necesita un consejo sensato (se necesita siempre, a diario), o una estrategia útil en el trabajo, o una maniobra acertada para ser más felices, ellas te lo darán, no las peladitas de piel y tetas perfectas, aunque estas sean la delicia con la que soñamos, un sueño que cuando se realiza ya ni sabemos qué hacer con todo eso.
Los varones machistas, somos animalitos todavía y es inútil pedir que dejemos de mirar a las muchachitas perfectas. Los ojos se nos van tras ellas, tras las curvas, porque llevamos por dentro un programa tozudo que hacia allá nos impulsa, como autómatas. Pero si logramos usar también esa herencia reciente, el córtex cerebral, si somos más sensatos y racionales, si nos volvemos más humanos y menos primitivos, nos daremos cuenta de que esas mujeres nuevas, esas mujeres bravas que exigen, trabajan, producen, joden y protestan, son las más desafiantes y por eso mismo las más estimulantes, las más entretenidas, las únicas con quienes se puede establecer una relación duradera, porque está basada en algo más que en abracitos y besos, o en coitos precipitados seguidos de tristeza. Esas mujeres nos dan ideas, amistad, pasiones y curiosidad por lo que vale la pena, sed de vida larga y de conocimiento.

domingo, 22 de febrero de 2009

TRES EVOCACIONES

EVOCACIÓN 1

Algo me trajo la imagen de Nosferatu (el vampiro encarnado por Klaus Kinski) cuando reflexiona en torno a la inmortalidad, a no ver jamás la luz del sol, a estar condenado a la soledad. Recordé la escena en la que es seducido por la muchacha (Isabel Adjani) sin darse cuenta de que está amaneciendo, por lo cual muere inevitablemente.

Podría recordar esa imagen una y otra vez, sus manos cubriendo trágicamente el rostro al percatarse de que el sol estaba entrando por las ventanas, sus colmillos intentando huir de la boca, su calva arrugándose ante la claridad ¡pobre Nosferatu!, cambió un beso por su inmortalidad.

EVOCACIÓN 2

Algo me trajo el recuerdo de una conversación lejana:
C: Podría reconocerte en cualquier parte, aunque te disfrazaras, aunque te escondieras, aunque te tiñeras el cabello o te hicieras la cirugía.
H: ¿Por qué piensas que serías tan infalible?
C: Por los ojos, nunca olvido los ojos, es decir, la mirada y tu mirada es como la de un perrito pequinés triste, así como cuando un niño no es invitado a jugar y mira desde lejos como sus amiguitos se divierten sin él.
H: ¡Jajajaja! Así es que tengo cara de perro pekinés!
C: No es la cara, es la mirada.
H: Quizá tú me podrías engañar con tus personalidades, pero bastaría ponerte por delante una caja de bombones rellenos con almendras para que saltaras como un monito de circo con tal de que te lo entregara. Esa es tu gran debilidad, eso es lo que te deja en evidencia.
C: Así es que como un monito de circo? No me gusta esa comparación.
H. Perdón. Como una monita de circo. ¡jajaja!
C: ¿cuándo me invitarás a ver “La lección de piano”?. Me encanta Harvey Keitel.
H: Cuando me respondas una pregunta.
C: ¿Cuál?
H:¿Qué cosa serías capaz de entregar a cambio de un beso que se recordará por siempre?
C: Una caja de bombones rellenos con almendras.
H: Eres una tramposa ¿sabías eso?
C: Sí.

EVOCACIÓN 3

Algo me trajo el recuerdo de una servilleta de restaurante impresa con un beso rojo de lápiz labial, en ese tiempo la marca era Dior, excelente, larga duración, resistente al agua, con humectante y sabor a fresas. Ese beso rojo estampado marcó la despedida luego de estar allí sentados sin decirse nada; ella jugando con las delgadas servilletas y él, mirando el reloj cada dos segundos. Ella hizo el gesto de estar aburrida (codo derecho en posición perpendicular por sobre la mesa, mano derecha sosteniendo el mentón, ojos adormecidos parecidos a los de Garfield y uno que otro bostezo). Con la mano izquierda buscó en su carterita, encontró a Dior larga duración, se pintó los labios, tomó una delgada servilleta y la besó cuidando de dejar la marca en ella, luego miró el reloj, lo miró a él, le entregó la servilleta con sus labios impresos y le dijo:
-Guárdalo porque es el último beso que te doy.
Cogió su carterita y se fue.

sábado, 21 de febrero de 2009

SIN OLVIDO


Si me olvidara de ti
destejería tu nombre de mis mangas,
barrería los terroncitos castaños de tus zapatillas
que quedaron incrustados en la alfombra,
me comería sola los chocolates
que guardas en el velador,
le arrancaría una o dos hojas al libro de Teillier,
dormiría al centro de la cama
lanzando brazadas a diestra y siniestra.
Pero como no me olvido,
sigo tejiendo chalecos con tu nombre en las mangas,
sigo armando pueblitos de tierra en el borde de la alfombra,
sigo guardando los chocolates que duermen en tu velador,
sigo leyendo esas dos páginas del libro de Teillier,
aunque no sea Teillier quien las escribió,
sino tú, el que me dedicó el libro,
sigo durmiendo enrrolladita
en el lado izquierdo de la cama
tejiendo palabras con tu respiración.

miércoles, 18 de febrero de 2009

ESTADOS METONÍMICOS


Yo no logro conectar la pituitaria con el recuerdo

y se me van los días apretando estos colmillos

que me juzgan por morder lo innecesario.

Yo me imbuncho, me descentro, me deshielo

en un estado amorfo de locura y menosprecio

que no es más que el Sindrome de Estocolmo

a favor de las chacales palabras.

Vientre soy, estría blanca,

moléculas de hembra,

Miracle de Lancome en tonos rosa,

catalizador de deseos enfrascados en mí misma.

Yo me desdibujo, me desdoblo,

me desnudo, me deshago,

des-aparezco.